Leí hace unos días que Waterman y Moleskine van a sacar unos bolígrafos que te permiten escribir en papel y al mismo tiempo se registra lo que escribes en tu tablet.
Estas son buenas noticias para mí porque utilizo una agenda física con todas sus ventajas (recuerdo más, por ejemplo, por el hecho de escribir, tachar es fantástico…) e inconvenientes (¿qué pasa si lo pierdo?, borrar con goma puede ensuciar…).
Desgraciadamente, a lo mejor este avance carga unos de los ejercicios más exitosos que tengo en mi curso de Impacto e Influencia. Terminada la introducción al curso, saco mi agenda y mi móvil, y les pregunto: “¿Qué os parece que yo siga utilizando agenda física cuando tengo un móvil con agenda electrónica?”
La pregunta produce juicios y algunos participantes dicen cosas como “Eres un poco anticuado, ¿no?” Y digo “Véndeme al cambio.. que deje de utilizar la agenda física y a partir de ahora, utilizo la agenda en mi móvil.”
Lo más llamativo, y casi siempre sucede de la misma manera, es que empiezan por el móvil (lo que saben, su realidad): “Vas a poder hacer x .. y … z.” Y yo contesto: “¿Y qué? / Esto me lo sé. / Vivo en el mundo real.” La frustración es casi palpable.
Prácticamente no hay ni una sola pregunta.
Aunque suena muy obvio, influir en alguien es limpiarte a ti mismo, descubrir la realidad del otro y adaptar lo que quieres decir a esa realidad.
(Ahora voy a darle una vuelta sobre cómo puedo adaptar el ejercicio.)